Ese verano venía muy seco y el “caño viejo” del que se había servido el pueblo durante muchos años ya no manaba. En previsión se había perforado otro nuevo, fuera del pueblo, en la era Malpica. Los vecinos teníamos que hacer un “largo recorrido” con los calderos y botijos para surtirnos del agua necesaria o para dar de beber a los animales en el “caño nuevo”.
Inauguración de los lavaderos en el Caño Nuevo (Mayo del 1959)
(Comienza el llenado)
El “Señor Cura” era la persona más afectada. Desviaba el agua del pozo artesiano para regar su jardín y ya no era posible…
Recuerdo “la calor”... y las chicharras... y el zumbar de las abejas entorno a un agua inexistente. Me iba a la era y llevaba una goma para mi hermano. Al pasar por “el caño”, por eso del reseco del momento… por la poca prisa… o por el juego… o porque el diablo no tenía nada que hacer.., introduje la goma por el tubo metálico y chupé hasta ver si podía beber… y así fue… el agua calentorra llegó a mi garganta… El milagro sucedió después de escupirla y de las toses… por la goma seguía manando agua y al final salía fresca…
A la vuelta de la era, el Señor Cura había regado su jardín y me regaló, muy agradecido, una caja de madera con un tubo con cristales. Tenía clavada una chapa con una palabra desconocida: “Refley”. Dentro de la caja había una bombilla que podía subir y bajar, al aflojar una palomilla.
Muchas siestas me costó descubrir que el tubo se metía y se sacaba y que al enchufarla se proyectaba sobre la pared un cuadrado blanco. Más me costó descubrir que si ponía en la ranura los envoltorios de los chicles se veían grandes y cabeza abajo… Lo de dibujar las historietas tenía una dificultad añadida… no me gustaba el lápiz, pero con paciencia…. ¡Casi era cine!
Mi primera película “El hijo del amanecer”, cuatro garabatos con lápiz de tinta (de los de mojar en la lengua) y como argumento una especie de radionovela… y es que, en la siesta, la radio se escuchaba desde cualquier rincón de la casa.
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