Tenía diez años y mi ocupación, en los anocheceres de aquel verano mesetario, era el riego de un pequeño huerto. No era un juego para un niño pero tampoco la “explotación” que proclamamos los que tenemos de todo, sobre las “ocupaciones” de menores, de los que no tienen de nada… Es lo que había…
Esperas sumidas en un mantra constante y que parecía no tener fin:
El “ploff” de cada cangilón, al introducirse en el agua…. los borbotones de aire surgidos de su interior, al inclinarse para “cargar”, y el emergente ouuppfhsss prolongado como cola de cometa con los infinitos y asincrónicos gimoteos de las escorreduras resonando en el pozo.
El sheEEess de cada vaciado… Y los gorgoteos del agua camino del pilón…
Todo ello acompasado con el regular machaqueo metálico del “retén” interpuesto necesariamente en el eje vertical de la noria.
No tener nada que hacer, hasta que cada surco se llenaba de agua, permitía “embobarse” en aquel ambiente preñado de sonidos invisibles. Pronto aprendí que lo mejor para no pasar miedo, era sentarse al final de cada surco, acurrucado en las sombras, esperando sentir los píes humedecidos para desplazarme como un fantasma más y “abrir” el siguiente y así dar una nueva ruta al discurrir del agua.
Repentinamente el repiqueteo del retén se aceleraba…. El sonido de los cangilones se hacía hueco y la resonancia del pozo se apagaba por falta de retornos. Se había “agotado”. Era el momento de acercarme a la “Torda”, mi yegua, y quitarle el “trapo”.
Ahí se producía el milagro: un animal que había recorrido un montón de kilómetros sin ver nada, se detenía al recobrar la vista… y allí se quedaba,… estática… hasta que por gravedad se acababa el agua del pilón y nos marchábamos para casa.
Han arrancado mi "trapo" y me he quedado “pasmao” esperando que salga la última gota del pilón.
1 comentario:
Gracias por añadir un buqué especial. Disfrutalá, y disfrutanos.
Besitos
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